sábado, 7 de novembro de 2009

Los misterios del gaspar

Nos dijimos adiós rápidamente. Ella lloró y yo como siempre ninguna lágrima derramé. Sabía que ella me esperaría. La vi desaparecer en la multitud que se congregaba en el muelle. De lejos aún divisé su silueta de cotona blanca y de jeans. El barco ya iba partir. Eran las dos de la tarde y el cielo estaba limpio. No había viento y el lago estaba calmo. El país aún estaba en guerra. Yo leía el periódico con calma. Había enfrentamientos por todos lados. Muertos y heridos en el norte, destrucción de puentes y cooperativas incendiadas. En la frontera sur más muertos y un helicóptero que traía armas fue derrumbado por combatientes. Un gringo mercenario fue capturado.
La gente en el muelle cargaba de todo. Cestos llenos de frutas y verduras, gallinas y puercos. El destino era San Carlos, en el Rio San Juan que sirve de frontera sur. Pasé toda la noche haciendo la travesía en una hamaca que se balanceaba peligrosamente. Al amanecer llegué a San Carlos. Aún tenía que tomar un bote para llegar a la escuela donde daba clases. El lugar se llama Morrillo en medio del monte y a la orilla del lago. Allí había una escuela donde acudían técnicos agrícolas y miembros de cooperativas. Yo estudiaba con ellos El Capital. Descubríamos los misterios de la mercancía y el dinero. De noche hacía guardia en una trinchera para proteger la escuela. Yo no tenía miedo del enemigo que por allí andaba. Tenía terror a las serpientes. Por suerte ninguna encontré. De madrugada ayudaba a recoger las redes llenas de gaspares. El gaspar es un pescado delicioso. Es costumbre salarlo y secarlo al sol.
Durante un semestre en Morrillo tuve una rutina de estudios y trabajo. En los intervalos recorría el archipiélago de Solentiname donde Ernesto Cardenal fundó una comunidad campesina. Cuando volví a Granada ella no me esperaba. En vano la busqué. En el bus de regreso a Managua yo pensaba en sus cabellos lisos y sueltos. En su risa y en el lunar que adorna su boca. Llegué en casa. Cuando abrí la puerta encontré una carta de ella que me pedía disculpas por no quererme. Por fin, de esta vez, lloré.

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